Sobre

LA ESCULTURA

En 1992, visitando la exposición universal de Sevilla, al entrar en un pabellón que reunía a varios estados africanos pertenecientes a lo que se llamó el África occidental francesa, experimenté de forma súbita un particular síndrome de Stendhal. El motivo: la presencia de una mujer.

Resultado de esa experiencia estética —tan insoportable la belleza— fue retirar de forma inmediata mi mirada, seguir con los ojos el suelo y salir, salir apresuradamente del pabellón. La sensación en el momento en que encontré su imagen fue el de una electrocución.

El resto del día quedo perturbado, arruinado…

Ese mismo año emprendí un viaje iniciático a través de Burkina Faso, Ghana y Costa de Marfil. De forma pueril, inútil y mística, buscaba que el destino me la volviese a mostrar.

La búsqueda de la experiencia estética a partir de la morfología del cuerpo de los seres humanos en general y

de las mujeres en particular, bien pudo armarse y hacerse consciente a partir de este episodio.

La corporalidad como reflejo de actitudes y estados de ánimo o la recreación de los mitos clásicos desde una visión contemporánea, son el hilo conductor de mi trabajo, un trabajo que busca mostrar la comunión entre la realidad que se manifiesta mediante las formas y la que viene sublimada desde lo anímico, desde la naturaleza emocional del individuo expresada a través de la acción, la postura, la gestualidad del cuerpo.

La evocación de lo clásico es también algo presente en muchas de las obras. La idea de ruina, a través del material roto, de la oxidación y las pátinas del metal, como testigo del paso del tiempo y de la finitud de las cosas, pero que, paradójicamente, también transmite una idea de eternidad.

El bronce, el gres y en ocasiones la madera o el hierro, materiales tradicionales pero a la vez dotados de nobleza son la materia prima en la que se ejecuta la mayor parte de la obra.

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LA IMAGEN

Creo que, desde que tengo uso de razón, he contado con un motor interno muy poderoso, una especie de atracción por las imágenes, las figuras, las formas, los objetos y su morfología que en muchas ocasiones mutaba en vívido interés y en algunos casos llegaba a convertirse en fascinación. Un último estadio, mucho más excepcional, me llevaba a fijar este afecto en algunas pocas cosas, como si se tratase de auténticos “fetiches”. Me nacía así un interés por una especie de planta en particular, la Barbie de mi hermana, una locomotora diesel, un animal extinto, la figura de un indígena, el camuflaje de un avión militar, un edificio abandonado o la imagen de una mujer negra… ocurre así y con todo tipo de elementos.

Se trata simple y llanamente de una fascinación por las imágenes que siempre me ha acompañado, de la misma manera que un perro no puede evitar olfatear todo aquello que esta dotado de olor. Yo he vivido y vivo por y para las imágenes.

Es esta atracción la que me ha conducido al intento de retener, a través de la representación, el momento, el instante lábil y efímero en el que viven las imágenes justo antes de desaparecer inexorablemente en un mundo en continuo movimiento.

Pero no es solo esto, también creo en el lenguaje que se oculta en el interior de los arte-factos, en su verdad profunda, que en algunas obras brota espontáneamente y se hace visible a todo el que las contempla, y en otras se oculta, se hace esquiva, dejándose ver tan solo desde un ángulo preciso, con una luz determinada o manifestándose tan solo a algunas de las personas que las observan.

Este camino en pos de las imágenes ha sido largo, intenso y fructífero, pero a la vez ha sido difuso, lento y comprometido. He tenido diferentes etapas: la pintura, la obra gráfica, el dibujo y la fotografía. Las cuales han supuesto experiencias, encuentros, formas de profundizar en la aprehensión de las formas, caminos diferentes que finalmente me han conducido hasta la escultura figurativa, en el momento en que las dos dimensiones del plano se revelan insuficientes.